Ya hacia el sur llegamos hasta Oradours sur-Glane a poco más de 400 kilómetros de París.
LLegamos por la tarde y buscamos sitio en la amplia área de autocaravanas que tiene el pueblo, pero fue inútil todo estaba ya ocupado. Pensamos en dar una vuelta por las calles del pueblo y aunque chispeaba nos colocamos en un descampado donde iban llegando todos los vecinos desde la fiesta de fin de curso de un cole cercano. Había un chiringuito montado en el centro y Manolo se prestó voluntario a ir de avanzadilla para explorar el terreno.
Tapia de fusilamientos |
El 10 de junio del año 1944 los soldados nazis atacaron este pueblo y mataron a 642 personas entre hombres, mujeres y niños. A continuación destruyeron el pueblo en su totalidad. Los motivos, si es que puede haber motivos que justifiquen algo así, ni siquiera hoy, 70 años después se conocen con certeza.
A la entrada te entregan un papelito en el que puedes leer la historia del pueblo y justo tras hacerlo al pasear por sus calles sientes un escalofrío que te recorre el cuerpo de punta a punta.
Hay un libro en la entrada del pueblo para visitas, nos planteamos poner a la salida una frase que recogiera el sentimiento de los kuares tras la visita, pero finalmente salimos por otra puerta y no cumplimos nuestro propósito. Existe un centro de documentación donde puedes ver un vídeo sobre la historia del pueblo, pero sólo en inglés o francés, y ya no queríamos más ponche, por quitar un poco de hierro al asunto.
Los vehículos o lo que queda de ellos continúan en los patio, garajes y talleres como lo hacían ese día.
A la derecha la casa y el coche del médico del pueblo, y el nuevo Oradours al fondo, donde actualmente viven unas 2500 personas, y a la izquierda unas bicicletas.
Debió ser un pueblo realmente bonito, el entorno maravilloso y las casas, el colegio, los comercios, la oficina de correos, la barbería, bares ... todo son casas muy grandes y señoriales, bueno recuerdan que debieron serlo en un pasado.
El teléfono público con el aislante en el suelo para evitar calambres.
Sin esperarlo, mientras todos hacían la vida normal, llegaron los soldados que sacaron de manera violenta a todos los habitantes de sus casas, comentaban que incluso había enfermos en pijama o señoras a medio vestir. Los hombres fueron conducidos a la entrada del pueblo y fusilados al momento. En la tapia en la que aquello ocurrió se apreciaban perfectamente los boquetes de las balas.
Las mujeres y niños fueron conducidas hasta la iglesia y prendieron fuego al edificio. A los que intentaron escapar por las ventanas, no les esperaba mejor destino. En la foto Enrique está junto a los restos derretidos de la campana, imaginaos la temperatura que debió coger el edificio cuando la campana quedó así.
Comentaba que 2 mujeres consiguieron escapar por uno de los ventanales de la Iglesia, aunque una fue descubierta por el llanto del bebé que llevaba en brazos. Finalmente sólo 4 hombres y una mujer consiguieron escapar de la masacre. Sólo 52 de los fallecidos pudieron ser identificados, el resto se consideró desaparecido y supuestamente muertos.
Asomarte a sus ventanas era como invadir la intimidad de las familias propietarias de la casa a pesar de que unas 300.000 personas visitan este pueblo anualmente.
Tras el triste episodio el gobierno francés decidió mantener las ruinas del pueblo como símbolo a la memoria de lo que nunca debe volver a ocurrir y construir junto a él un nuevo Oradours.
En el cementerio se mezclan las tumbas de los fallecidos en aquel fatídico día, con los anteriores habitantes y los vecinos que fallecieron con posterioridad. En la foto de la derecha se recoge el nombre, apellidos y edad de los 197 hombres, 240 mujeres y 205 niños fallecidos, la sensación es imposible de describir, incluso da apuro levantar la voz cuando paseas por sus calles, tan silenciosas, que sólo osas a hablar susurrando.
En un principio los fallecidos iban a ser enterrados en una cripta financiada por el gobierno francés pero el hecho de que en 1953 se concediera la amnistía a los perpetradores hizo que los familiares rechazaran el ofrecimiento. El monumento fue financiado por un superviviente que perdió a toda sus familia.
Aquella noche que pasamos a la puerta del pueblo fue también noche de celebración, durante el viaje celebramos 3 cumpleaños y un santo. Esa noche era el santo de Perico y aprovechamos para brindar por el homenajeado, la verdad es que fue una de las veladas más agradables que pasamos a pesar de que la humedad y el fresquito seguía sin querer abandonar la expedición Kuare.
Próximamente Saint Emilion, ciudad de viñedos.